martes, 6 de agosto de 2013

Claudio Rodríguez, la poesía



Me he encontrado a Claudio Rodríguez siempre con una coincidencia grata: su revelación hace años se me permitió a través de la poesía de Antonio Gamoneda, otro enorme señor de la lírica en castellano de la posguerra. Cuando creía que la poesía no podía ir más allá de Gamoneda en nuestra lengua, una entrevista del poeta de León nombró con fervor y agradecimiento la influencia de Claudio Rodríguez en los poetas que conocieron la España franquista, y a los que, como a Celan, solo les quedaba la lengua y la herida. Entonces conocí el poeta más sólido en la historia del castellano, cosa de la que otros ya han hablado con más fortuna. Años después, todo leído y aprehendido, todo sin embargo tan desconocido aún, encontré a Claudio Rodríguez en el lugar más insospechado: en la afición que el poeta, al igual que yo, tiene por la tauromaquia ortodoxa, rígida, seria y de cánon. Claudio Rodríguez se definía entonces como Torista, esto es, como el aficionado taurino más radical de todos:


¿Y qué decir? Su poesía, ya se ha dicho, es sólida, como ninguna en nuestra lengua. Comparte esa característica con Baudelaire, y con Rimbaud, el juego de asociaciones infinitas que pule hasta el imposible, y del que sale siempre una poética como forma de conocimiento, de descubrimiento. Su obra es ilimitada, pese a limitarse a 5 obras. Desde una precocidad que también lo alinea con Rimbaud, Rodríguez a los 19 años sacudió el mundillo de la poesía en nuestra lengua con un libro de madurez envidiada: Don de la Ebriedad, una obra panteísta, de música perfecta, original, y que acerca la versificación al conocimiento de la realidad, como un niño aprendiendo a hablar. Luego vienen libros tan importantes y logrados como Conjuros, Alianza y Condena, El vuelo de la celebración...crece el poeta, y con él su poesía y su visión del mundo. Así verifica la muerte de sus padres y su hermana, la cama y la almohada de la juventud, el sexo y la sombra de la mujer amada que no es oscura. Entonces puede verse una relación con el A Portrait of the Artist as a Young Man: la obra es el testimonio real, con sus graduaciones y registros de estilos, de toda la vida de una persona. Su quinta y última obra, Casi una Leyenda, es también el intento de la lengua para acercarse a la muerte, a la desaparición de la palabra, de la descomposición (Con la putrefacción que es amor puro/ donde la muerte ya no tiene nombre), hasta cerrar con un gesto final una de las páginas más gloriosas de nuestra lengua, con un poema de sencillez y belleza perfectas.

Me permito entonces rescatar algunos poemas que no participan de sus clásicos más conocidos (Como veo los árboles ahora, Ajeno, Adiós, El baile de Águedas), y que incluso no están presentes en la web. Tras morir, y de la edición de su obra completa por Tusquets, vio la luz un volumen de obras desconocidas, incluyendo un poema a Antoñete, con lo que tenemos que Claudio Rodríguez, además de torista, tenía un gusto clásico en la tauromaquia. Rescato además el poema Canción Incrédula, que ha sido musicalizado por Luis Ramos, de lo que también subo testimonio:

                            


CANCIÓN INCRÉDULA

¿Y para qué tanta
resurrección? Caminos
que mueran en nosotros.
Nunca hollados caminos.
Pronto verás al hombre
sangrando en cualquier sitio,
en la tarde aventada
de dolor y de trigos.
Frente al pasado, frente
a lo ya conocido.
(Una ciudad. Y un álamo
con un sueño en el río)
…¿Y Tú? Tú no anocheces.
Nos une el mismo niño
que tropezaba, como
si no fuera su oficio
tropezar: en la risa,
cayendo, en el olvido…
¡Qué bien puedo tenerte
por no sé qué bautismo!
Saber un día, yerto
de campanas, el mismo
pecado que nos duele
en el vientre. Y redimirlo.
Habitar el silencio,
el fiel, el siempre amigo.
Tras el manar del agua
volver para estar vivos.
Y no. Ya es otra fuerza
de tu brazo. Es distinto
golpear, aún más ciego
cuanto más desprendido.
¡Cómo llena de música
tu sombra a los sentidos!
¡Siempre este peso, ahora
y siempre el único abrigo!
Se te ve como si algo
te ignorase en su silbo.
Como si no quisieran
cavar en tus pasillos.
¿Por qué, para qué tanta
resurrección? Caminos
que mueran en nosotros.

Nunca hollados caminos.

DE: Poemas laterales.


SALVACIÓN DEL PELIGRO

Esta iluminación de la materia,
con su costumbre y con su armonía,
con sol madurador,
con el toque sin calma de mi pulso,
cuando el aire entra a fondo
en la ansiedad del tacto de mis manos
que tocan sin recelo,
con la alegría del conocimiento,
esta pared sin grietas,
y la puerta maligna, rezumando,
nunca cerrada,
cuando se va la juventud, y con ella la luz,
salvan mi deuda.

Salva mi amor este metal fundido,
este lino que siempre se devana
con agua miel,
y el cerro con palomas,
y la felicidad del cielo,
y la delicadeza de esta lluvia,
y la música del
cauce arenoso del arroyo seco,
y el tomillo rastrero en tierra ocre,
la sombra de la roca a mediodía,
la escayola, el cemento,
el zinc, el níquel,
la calidad del hierro, convertido, afinado
en acero,
los pliegues de la astucia, las avispas del odio,
los peldaños de la desconfianza,
y tu pelo tan dulce,
tu tobillo tan fino y tan bravío,
y el frunce del vestido,
y tu carne cobarde...
Peligrosa la huella, la promesa
entre el ofrecimiento de las cosas
y el de la vida.

Miserable el momento si no es canto.

DE: El vuelo de la celebración

TIEMPO MEZQUINO (Fragmento) 

Ojalá el tiempo tan sólo
fuera lo que se ama. Se odia
y es tiempo también. Y es canto.
Te odié entonces y hoy me importa
recordarte, verte enfrente
sin que nadie nos socorra
y amarte otra vez y odiarte
de nuevo. Te beso ahora
y te traiciono ahora sobre
tu cuerpo. ¿Quién no negocia
con lo poco que posee?
Si ayer fue venta hoy es compra;
mañana, arrepentimiento.
No es la sola hora la aurora.

DE: Alianza y Condena

MANUSCRITO DE UNA RESPIRACIÓN  (Fragmento)

Y la respiración que es hondo espía
me trasluce y traspasa
no sé qué resplandor. Me está esperando
con taller y con lápida
desde el vértigo mismo de la hoja del pulmón
hasta la vena ciega
y me hiere y me ayuda
tierna en su fibra, bien cocida en limpio,
y me hilvana y me cose
con polen de la luz junto al encaje
del hilo blanco y duro del ahogo,
del suave del suspiro
mientras el cuerpo se va yendo a solas.
¿Es que voy a vivir después de tanta revelación?

La cama me remueve y me depura
Con olor de marzo,
Con mirada de lluvia entre los pliegues
De la sábana y un
Roce de lana virgen.
La oscuridad del tórax, la cal de uva del labio,
la penumbra del hueso y la penumbra
de la saliva,
la médula espinal mal sostenida
por sus alas que duelen
cuando comienza a clarear y llega
un temblor de inocencia.

DE: Casi una leyenda



TOREANDO

Antoñete
Es esta sinfonía
del capote que suena,
¿a qué? He aquí el misterio.
Todo, la tela, el aire
de la distancia, toda la embestida,
agresiva y solemne,
y cuando el temple llega ya es un canto.
He aquí un torero que, aunque tenga nombre,
se lo va dando más, y quiere, y salva.
Esa manera de estar en la plaza,
el movimiento interno, el del tanteo,
se maciza,
y se hace tacto y arte al mismo tiempo
cuando llega el embroque.
Aparición sin tiempo.
¿Frontal o circular? ¿Es movimiento
o es reposo?
La lejanía, la proximidad,
helas aquí. Él bien sabe
la religiosidad del humo y de la sangre:
lo más vivo. Y le llega
una revelación oscura, por la izquierda
o bien por la derecha, y está el cuerpo
ofrecido, total, aquí en su pecho, en poderío y mármol,
entre la magia y la sabiduría.

DE: Poemas laterales


SECRETA

Tú no sabías que la muerte es bella
y que se hizo en tu cuerpo. No sabías
que la familia, calles generosas,
eran mentira.

Pero no aquella lluvia de la infancia,
y no el sabor de la desilusión,
la sábana, sin sombra y la caricia
desconocida.

Que la luz nunca olvida y no perdona,
más peligrosa con tu claridad
tan inocente que lo dice todo:
revelación.

Y ya no puedo ni vivir tu vida,
y ya no puedo ni vivir mi vida
con las manos abiertas esta tarde
maldita y clara.

Ahora se salva lo que se ha perdido
con sacrificio del amor, incesto
del cielo, y con dolor, remordimiento,
gracia serena.

¿Y si la primavera es verdadera?
Ya no sé qué decir. Me voy alegre.
Tú no sabías que la muerte es bella,
triste doncella.

DE: Casi una leyenda, poema final.


REVELACIÓN DE LA SOMBRA

Sin vejez  y sin muerte la alta sombra
que no es consuelo y menos pesadumbre,
se ilumina y se cierne
cercada ahora por la luz de puesta
y la infancia del cielo. Está temblando,
joven, sin muros, muy descalza, oliendo
a alma abierta y a cuerpo con penumbra
entre los labios de la almendra, entre
los ojos del halcón, la nube opaca,
junto al recuerdo ya en decrepitud,
y la vida que enseña
su oscuridad y su fatiga,
su verdad misteriosa, poro a poro,
con su esperanza y su polilla en torno
de la pequeña luz, de la sombra sin sueño.
¿Y dónde la caricia de tu arrepentimiento,
fresco en la higuera y en la acacia blanca,
muy tenue en el espino a mediodía,
hondo en la encina, en el acero, tallado casi en curva,
en el níquel y el cuarzo,
tan cercano en los hilos de la miel,
azul templado de cenizas en calles,
con piedad y sin fuga en la mirada
con ansiedad de entrega?
Si yo pudiera darte la creencia,
el poderío limpio, deslumbrado,
de esta tarde serena…
¿Por qué la luz maldice y la sombra perdona?
El viento va perdiendo su tiniebla madura
y tú te me vas yendo
y me estás acusando
me estás iluminando. Quieta, quieta.
Y no me sigas y no me persigas.
Ya nunca es tarde. ¿Pero qué te he hecho
Si a ti te debo todo lo que tengo?
Vete con tu inocencia estremecida
volando a ciegas, cierta,
más joven que la luz. Aire en mi aire.

DE: Casi una leyenda

CALLE SIN NOMBRE II

Está ya clareando.
Y cuando las semillas de la lluvia
fecundan el silencio y el misterio,
la espuma de la huella
sonando en inquietud, con estremecimiento,
como si fuera la primera vez
entre el aire y la luz y una caricia,
ya no importan como antes,
el canto vivo en forja
del contorno del hierro en los balcones,
las tejas soleadas
ni el azul oscuro
del cemento y del cielo.
La calle se está alzando. ¿Y quién la pisa?
¿Hay que dejar que el paso, como el agua,
se desnude, y se lave
algunas veces seco, ágil o mal templado;
otras veces, como ahora
tan poco compañero, sin entrega ni audacia,
caminando sin rumbo y con desconfianza
entre un pueblo engañado, envilecido,
con vida sin tempero, con libertad sin canto?

Me está hablando esta acera como un ala
y esta pared en sombra que me fija y me talla
con la cal sin tomillo y sin vuelo sin suerte
la juventud perdida. Hay que seguir. Más lejos…
Y voy de puerta en puerta
calle arriba y abajo
y antes de que me vaya
quiero ver esa cara ahí a media ventana,
transparente y callada
junto al asombro de su intimidad
con la cadencia del cristal sin nido
muy bien transfigurada por la luz,
por el reflejo duro de meseta,
con pudor desvalido,
asomada en silencio y aventura.
Quiero ver esa cara. Y verme en ella.

DE: Casi una leyenda

SOLVET SECLUM

No sé por qué he vivido tanto tiempo.
No me voy como huido
porque ahora estoy junto a los de mi mesa.
Es el agua, es el agua, la energía
y la velocidad del cierzo oscuro
con un latido amanecido en lumbre,
y la erosión, la sedimentación,
el limo ocre como arcilla fina
mientras llega la noche y su color,
en la medida luminosa, rápido
entra en el suelo,
en horizontes de la roca madre
y se hace casi azul,
verde claro y caliente
como de valle en música.

Es la disolución, la oxidación,
el milagro olvidado
cuando un copo de nieve quemó un cáliz
y la pobreza de la hoja nocturna,
y los cimientos y los manantiales,
la corrosión en plena
adivinación
y la aniquilación en plena creación,
entre delirio y ciencia.

El campo llano, con vertiente suave,
valiente en viñas...
Cómo el sol entra en la uva
y se estremece, se hace luz en ella, 
y se maduran y se desamparan,
se dan belleza y se abren
a su muerte futura...
                         ¡Si está claro
antes del amanecer!

EL esqueleto entre la cal y el sílice
y la ceniza de la cobardía,
la servidumbre de la carne en voz,
en el ala,
del hueso que está a punto de ser una flauta,
y el cerebro de ser panal o mimbre
junto a los violines del gusano,
la melodía en flor de la carcoma,
el pétalo roído y cristalino,
el diente de oro en el osario vivo,
y las olas y el viento
con el incienso de la marejada
y la salinidad de la alta marea,
la liturgia abisal del cuerpo en la hora
de la supremacía de un destello,
de una bóveda en llama sin espacio
con la putrefacción que es amor puro,
donde la muerte ya no tiene nombre...

Es el último aire. ¡Ovarios lúcidos!
¿Y se oye al ruiseñor?
¿Dónde la cepa nueva,
dónde el fermento trémulo
de la meditación,
lejos del pensamiento en vano, de la vida
que nunca hay que esperar
sino estar en sazón
de recibir, de hijos
a hijos, en la aurora
del polen?

DE: Casi una leyenda



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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".