sábado, 17 de agosto de 2013

Melancholia, Lars von trier


         

Melancholia es el nombre de un planeta que amenaza con estrellarse contra la tierra. Tal formulación es la manera más tajante de cortar con los principios del llamado Dogma 95, grupo de cineastas que propugnaba por el realismo y la dejación de los efectos especiales en el cine. Uno de los directores firmantes en 1955 del manifiesto que dio inicio al movimiento Dogma 95, fue Lars Von Trier, director del filme que hoy nos ocupa.

Melancholia bebe de muchas fuentes que es necesario no perder de vista, fuentes que acaso empañen la observación del filme cuando se conoce su procedencia, con lo que la ya de por sí plana historia, se sigue alisando hasta el aburrimiento y la apatía, no la melancolía. Lejos de la suciedad estética de sus anteriores obras, Von Trier nos ofrece en Melancholia una disposición de logrados planos con los que intenta ocultar la superficialidad de algunos tramos de la historia, carentes de grandeza trágica. ¿Resulta efectivo el maclaje? Quizá, cuando las fuentes de la obra son desconocidas para el espectador. Siguiendo a Queneau, el objetivo de una narración es el de no revelar sus mecanismos: entonces, deja de ser una narración, como el reloj deja de serlo cuando lo destapamos, y advertimos sus engranajes, y no el tiempo.



Es inevitable recordar en los planos iniciales, donde los planetas se alinean con la música de Wagner, a El Árbol de la Vida, de Terrence Malick: lo que en Von Trier es una forzada disposición que cojea y renquea, necesitando apoyarse en la música de Wagner, en Malick es poesía visual pura; por ello quizá el inicio de Melancholia entrañe una decepción que se irá reiterando en cuanto uno advierta que esto no es una ocurrencia original de Von Trier, sino un maclaje con pretensiones de taquilla. Luego, una pareja logra llegar a una hermosa casona habitada donde todos esperan para celebrar la recepción de la pareja, que acaba de casarse. La casona tiene un jardín casi idéntico al inmortal de El año pasado en Marienbad, de Resnais, y todos lucen vestidos de gala en ambos filmes, y están ubicados en un tiempo irreal, celebrando interminablemente. En Von Trier, nunca termina de atardecer, ni de anochecer, ni de amanecer, y los jardines, que sirven además como campos de golf, asisten para que la trastornada protagonista engañe a su novel esposo de una manera algo artificiosa. Incluso, Melancholia comparte con el filme de Resnais la explicación del carácter sobrenatural de un personaje a partir de la solución de un juego matemático (palillos, alubias, números).

Es la primera parte del filme; dividido en dos partes, cada una llamada con el nombre de una hermana -ardid argumental que recuerda a Las Criadas, del enorme Jean Genet- empieza a enunciar una maraña emocional que irá degradando a Justine, la novia, quien renunciará en cuestión de horas a su matrimonio, su trabajo y su familia, hasta terminar sumida en una depresión de causas inexplicables para nosotros, en tanto desconocidas. Mientras tanto, recordando a Resnais, la ausencia de trama ha sido apoyada por la disposición del fasto de la casa, los jardines, la biblioteca, los susurros y, cómo no, Wagner.


La segunda parte del filme, titulada como la hermana -Claire-, muestra la irrupción de un planeta en el cielo que amenaza con destruir la vida humana para siempre. La tensión sobre la llegada de Melancholia es quizá lo más logrado del filme. Justine ha llegado sumida en un estado de embrutecimiento sentimental a la misma casona donde celebró su boda; allí habita su hermana, casada con un astrónomo, y el hijo de tal pareja (cuyo infantil invento de alambre tendrá un papel emotivo). Imaginamos a la humanidad tensionada por la llegada del planeta, del que no se sabe si chocará o no contra nosotros; tras una vaga esperanza, la realidad -sea social, sea emocional, sea un solipsismo, sea lo que sea- logra ser amenazada por una disposición dramática casi lograda: Wagner, la condenación emocional de las dos hermanas, la belleza del planeta que nos destruirá...sin embargo, esta maravilla contiene elementos que evocan a producciones de la cultura universal, tan reiterados que uno salta entre recuerdo y recuerdo: la amenaza de suicidio colectivo en una familia, (Haneke, El séptimo continente), la situación pre y post apocalíptica donde no hay servicios públicos, sociedad y se resquebraja todo límite sentimental (Haneke,El tiempo del lobo), la grandeza dramática que se desprende de incluir la inocencia de un niño guiando en este escenario apocalíptico (como en La Carretera, de Cormac McCarthy), las referencias estéticas a Ofelia, La Danza de Matisse tras el sexo en el campo de golf, el caballo de Nietzsche, Genet, Wagner...Inclusive, hay una escena idéntica a un episodio sentimental de El Séptimo Continente: los hijos se reúnen en el comedor familiar a cenar, y el sabor de un plato le recuerda a un hijo el sabor de lo cocinado por la madre, lo que derrumba emocionalmente al personaje, que se pone a llorar ante la vista de los familiares en el comedor, que callan; en cualquier caso,el episodio pueda estar inspirado en el famoso pasaje de Proust y la magdalena.


¿Acaso Lars Von Trier no declara su intención de no ser original, cuando la epifanía de la existencia de Melancholia se da en un idéntico escenario al de Nietzsche y Dios, con la golpiza a un caballo que no se atreve a cruzar un puente que nadie luego tampoco podrá cruzar? El maclaje funciona entonces como un montaje de partes referenciales, capaces de producir un efecto solo posible con tal disposición. La angustia de la destrucción de la realidad logra tocarnos, la metáfora del hombre habitando una choza de palos miserables contra la muerte, es real, por lo que el filme no falla en dicho aspecto de intención. Quizá su pecado sea aburrirnos con una historia plana, de mecanismo revelado, de muchos tiempos muertos y conversaciones carentes de relación con la trama, y con la impostada insania mental de Justine, felizmente remediada con una excelente actuación. En tales términos, no hay que entender a Melancholia como una producción original, sino como un estado del arte de algunas producciones culturales significativas. Faltó ambición, como cuando se sufre de melancolía.
Adjunto la película completa.

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".