martes, 21 de julio de 2015

Guachicono en Sogamoso



                                     PEQUEÑA Y PRESCINDIBLE INTRODUCCIÓN PERSONAL
Luego de salir de Bogotá y pasar por los campos de Cundinamarca, fértiles en su capa de humus, ascendiendo por Boyacá en la cuesta de La Germania hacia Tunja, a lado y lado de la carretera se podían ver unos 40 carros estacionados en desorden, como si sus conductores hubiesen apagado las máquinas en un momento inesperado. Frente a un estanque veredal, la ligera pausa en el verde constante, decenas de personas intentaban salvar a cinco pasajeros que estaban atrapados en un auto volcado en el agua. Entre las carreras de los policías y los rescatistas, se supo que acababan de sacar a un ocupante con vida. Luego, de alguna forma, la ambulancia pudo superar la extraña geometría de los vehículos estacionados en la vía. ¡Cuánta alegría se siente al saber que iba vivo! Es, en cierto modo, la misma tranquilidad que se alcanza cuando el parte de una enfermería de toreros arroja esperanza y nos dice que el herido no morirá. Dos horas después estábamos bajo una carpa entre la lluvia más fría del altiplano, junto a una plaza de toros. Nosotros, animales de frío, a cinco minutos de la corrida esperando su cancelación por mal tiempo, totalmente ateridos y con una cerveza enlatada, para colmo de lo absurdo. Al dar las cuatro en el reloj, a espera del fatídico anuncio de la cancelación, dejó de llover sin explicación alguna, así, como acto que no merece ninguna lógica, y el cielo se barrió de nubes señalando un hiriente y brillante sol en lo alto. Es la transición climática más extraña que he visto en mi vida, casi como un milagro ocurrido en cuestión de un minuto. Aunque debiera agradecerse a San Pedro, cuyas llaves los aficionados taurinos de Manizales siempre observan, este milagro acaso puede agradecerse a Bachué, diosa muisca de la lluvia. Al fin y al cabo estábamos en Sogamoso, antigua zipa imperial de Sugamuxi, para ver la corrida de Guachicono:

Flor de azar. Nº 497. 460 kilos de peso. Toro toricantano de ficha y hechuras, terciado, corniveleto, escurrido, negro mulato. Se empleó en un puyazo caído. Brutón y rebrincado de embestida, sin descolgar. Mejor por el derecho que por el izquierdo. Despenado de estocada contraria ejecutada con ortodoxia.

Demandante. Nº 475. 490 kilos de peso. Más en Alhama que en Guachicono. Estrecho de sienes, escurrido, levantado, salió derrengado a la arena. Se empleó en dos puyazos caídos por cada flanco de las paletillas. La falta de empuje en los riñones hizo mella en la muleta. Despenado con estocada caída al sartén.

Flor de Soledad. Nº 490. 470 kilos de peso. Afeitado en exceso para rejones. Alto de cruz, negro veleto y de gran esqueleto. Con muchos pies, desarrolló nobleza y se arrancaba presto en las telas de los peones a gran distancia. Despenado con dos rejones de muerte pasados y caídos, precedidos por cinco intentos en falso.

Canyaveño. Nº 493. 497 kilos de peso. Afeitado para rejones. Negro meano, bragado, axiblanco, estrecho de sienes y con edad. Desarrolló bronquedad y una embestida con nervio muy interesante. Planteó toda la lidia en los medios. Serio. Despenado con un rejón de muerte perpendicular.

Vinagriento. Nº 450. 469  kilos de peso. El más Guachicono de la corrida. Serio de armas, vareado. Negro mulato. Empujó en varas con bravura hasta romanear pese a tener el caballo acostado contra él.  Acosó a los peones en banderilleras. Noble y encastado en la muleta, aunque poseedor de una embestida con nervio que mereció mejor lidia. Duró nueve series hasta aburrirse. Despenado de tres pinchazos en los blandos, media lagartijera, siete descabellos, cinco puntillas, y un golpe final de cruceta. Encastado.

Fiestero. Nº 498. 479 kilos de peso. El menos Guachicono de la corrida, fue lidiado en colleras. Acapachado, sin remate y afeitado para rejones. Negro mulato sin entidad para plaza de segunda en Colombia. Manso cerrado en tablas, exigió mucho sitio para poder ser banderilleado. Fue despenado con medio rejón pasado y perpendicular y un golpe de cruceta pie en tierra. Malo.

Grandiosa entrada en sol. Mi última visita a Sogamoso fue hace tres años. Entonces la plaza estaba semivacía. El pueblo vuelve a la plaza ante el reclamo de Toros y de precios razonables. 
APUNTES SOBRE EL FESTEJO

Aunque el encierro de Guachicono no hubiese tenido trapío para plazas como Bogotá o Cali, ni luciese las descomunales armas que tanta fama le han granjeado entre la afición por sus anchos pechos y romana, su presencia era más que seria para una corrida en plaza provincial. Quien va a los toros, y a la plaza de toros, y no "a los toreros" ni a la "plaza de toreros", habrá salido del festejo con su afición satisfecha, por cuanto los toros de Guachicono, ricos en registros, exigentes para las telas y los caballos, listos contra los peones, sin regalar absolutamente nada, dieron espectáculo.

 

Al encierro le faltó el toro de bandera, bravo y boyante, que impusiera un ritmo de faena continuo. Es cierto, aunque debamos marcar un enorme paréntesis con lo ocurrido en la lidia de Vinagriento, lidiado en el cabalístico quinto lugar por Guerrita Chico.

Si me preguntasen si este torero debe su nombre al gran Rafael Guerra, paradigma total de la tauromaquia de finales del siglo XIX, diría enfáticamente que no, pues el colombiano carece de cualquier atributo que lo emparente con El Guerra. Diría más bien que debe su nombre al español Luis Guerrero, espada de los años 70, del que también desconocemos cualquier cosa y que se acartelaba con el mote de Guerrita Chico, tal como el colombiano. Pues bien, tanto tiempo después del siglo XIX y de los años 70, este torero se tuvo que ver con Vinagriento, un toro que impuso respeto desde que holló la arena con su dura pezuña.

Se había dicho que la corrida careció de ese punto de boyantía que termina de redondear un encierro, pero Vinagriento invocó con su dureza los míticos toros de Cenicientos, difíciles de matar y que causan pánico entre los de luces. En total el toro rindió tres capotes, tomó una vara larga en todo lo alto, acosó en banderillas y quedó con dos medios pares ante Guerrita Chico, quien armó la muleta sin tener en claro nada.  Antes, un peón había pareado casi que al sesgo sin tener nadie que le cortase el viaje al toro, lo que da cuenta del poco ánimo que tenían los toreros de oro y plata para lidiar con la prenda. Vinagriento puntueaba en la muleta por el pitón derecho, echando de menos un inicio mandón y por bajo que requería para aplacar su movimiento. El toro, no dejemos de señalarlo, se movió mucho, demasiado, tanto hasta hartarse de estar yendo y viniendo entre los viajes de un hombre que no quiso darle el sitio correcto, ni ponerse a torear. Se movió sin nobleza, con peligro emocionante si frente a él alguien quisiera plantearle pelea. Totalmente desbordado, sin darnos a conocer el buen pitón izquierdo del toro (por el que parearon los peones acosados) Guerrita se hizo con la espada; allí empezó la segunda parte de su faena, que constó de pinchazos y descabellos a destajo ante un toro que seguía encampanado, erigiendo su seria estatura. Y he aquí que con una estocada en las carnes, el toro al fin había doblado, cuando el inexperto puntillero empezó a marrar hasta parar al animal, que se arrancó con la bicoca de una media lagartijera y la misma puntilla en sus carnes. Siguió de pie (aunque los animales tienen patas), vendiendo cara su muerte, resistiendo los capotes y las ruedas de peones, con las dos heridas, derrochando su casta con una embestida aún con tranco y explicando que su lidia no estuvo a la altura. Tras doblar nuevamente, ser parado y volver a doblar, el puntillero marró nuevamente, levantando al toro y la indignación de toda la plaza. Guerrita, al descabellarlo finalmente, se salvó no solo de los tres avisos, sino también de la reprimenda que debió recibir por dejar ir un toro que exigía el sitio de los que quieren torear. El puntillero recibió toda la ira del respetable y Vinagriento fue ovacionado por algunos aficionados que habían entendido su dureza, envuelta en en el santo boato de la casta pura. Pensé rápidamente en Rafaelillo mientras lo arrastraban rumbo al destazadero impersonal y municipal. ¡Qué toro tan poco visto! ¡Qué impresionante aparición de la casta dura!


Y llegamos al momento desgraciado en el que se irrespeta al aficionado. En contraste con la seria tarde que dio Willy Rodríguez, la de Juan Rafael Restrepo fue un concurso lamentable con el puntillero. Hubo un momento en el que puso de cualquier forma una banderilla caída tras un caballazo a medio kilómetro del toro. Al clavarla, salió cabalgando con el brazo en alto, reclamando un reconocimiento con tal zalamería, que cualquier creería que acababa de ejecutar la banderilla que Diego Ventura puso con el caballo Sueño en Madrid. En tal punto llegó a nuestro tendido, donde el aficionado y amigo Serna le hizo un gesto de "no" con la mano. Visto esto, Juan Rafael Restrepo se fue cabalgando al otro extremo de la plaza, mientras le gritaba a Serna un sonoro insulto como respuesta. Esa habilidad para "rejonear" y gritar al mismo tiempo nos recordó de inmediato aquella corrida en Bogotá en la que un torazo de Orbes Huagrañan de 590 kilos persiguió a Juan Rafael en casi dos vueltas al ruedo, mientras el rejoneador le gritaba desesperado al peonaje "¡Quítenmelo, quítenmelo!" y su caballo iba tan rápido hasta hacernos creer que estaba desbocado, esto es, sin mando en la boca, como su caballero. Fue algo similar a la foto de arriba, cuando un Guachicono también le ganara la cara del caballo en locas carreras por todo el redondel de la plaza, mientra el rejoneador no encontraba hueco para salirse de esta encerrona. Los toreros, todos ego y pundonor, deben entender que el aficionado merece tanto respeto como el toro y ellos mismos, pues la tauromaquia es una trinidad que depende de cada una de sus partes. Sin público, no habría toros ni toreros. Uno no hace 500 kilómetros en carretera para ser insultado.

A la salida del séptimo toro abandonamos la plaza. Las corridas son de seis toros, como marca el rito y la tradición, por lo que el séptimo toro no entra en reseña. David Martínez tomó la alternativa con el toro Flor de azar, dejando unas verónicas muy mexicanas y una estocada bien ejecutada. La plaza registró 2/3 de entrada en tarde sin viento y con mucho sol.

Un alma inocente me dio este dibujo tras la lidia de Juan Rafel Restrepo a Flor de soledad. El sitio en el que dibuja las farpas lo dice todo.

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".