sábado, 3 de octubre de 2015

Ventero 666



Cuando llegó el telegrama al gabinete del ganadero Juan Pablo Fernández, quien por entonces dirigía los destinos del histórico hierro de Vicente Martínez, sus ojos bajaron por el escueto texto que describía la aparente sucesión de toros mansos: uno quemado, otro cumplidor, el cojo, uno apenas bueno y el indiferente. Pero en el último, de nombre Ventero, se rompía con la estadística. Había que persignarse, pues estaba reseñado con la vieja caligrafía ganadera bajo el número 666: seis varas por seis caídas, por seis caballos muertos. El diablo.

Todo esto fue leído por el ganadero en la soledad de su gabinete, antaño habitación patriarcal infranqueable para cualquier miembro de la familia que no fuera el señor de la casa. Sobre rumores, siluetas en vidrios esmerilados, ruidos de madera equivalentes a los negocios o las riñas, un Luis Fernández Salcedo todavía niño recuerda con reverencia, afuera de la habitación, el estremecimiento del padre al ver las notas de Ventero. En aquella ocasión, con otras contadísimas, él pudo franquear la puerta del despacho, llamado por alguien de improviso urgido de compartir su estupefacción.
Los hechos en torno a este toro, inmortalizado en la famosa foto de Juanito Vandel, se extienden incluso más allá de su muerte. Luis Fernández Salcedo lo recordaría al evocar el Citröen perdido tras la Guerra Civil, es un hilo del que ya tiraremos con fuerza más adelante.
Lidiado en 1918 sin fortuna por un superado Camará en San Sebastián, "El Imparcial" diría de él: "Un bicho admirable, seco, duro, bien criado, con gran pujanza y atrozmente (sic) certero". Y Don Pío en "El Liberal" diría sobre Ventero: "prontísimo, impetuoso, fuerte, a comérselos vivos; con mona, caballo y castoreños levantaba al grupo en alto, lo tiraba luego con golpe brutal al suelo, se queda comiéndose, rabioso, los caballos". Ventero fue un pellejo del diablo,  bravo y furioso en contraste con su fina lámina, que incluso embistió contra los jamelgos caídos hasta arrastrarlos contra el estribo sin dejarlos. Su codicia en la pelea fue referencia máxima del comportamiento bravo del toro en varas y muleta, lo mismo que un definitivo convencimiento de toda la afición sobre el acierto del cruce entre la casta Jijona y el encaste Ibarreño, que luego daría pie al nacimiento del toro moderno.

Antiguo Jijón, prototipo de Vicente Martínez antes de la cruza con Ibarra y Parladé.

"En el histórico día 12 de julio de 1936, entré, por última vez, en el despacho de mi padre, después de misa segunda, para anunciarle que ya aguardaba en la puerta, con su coche de alquiler, Paco el de la Adela". La familia Fernández dividiría su exilio entre Burgos y Francia, pues había comenzado la Guerra Civil en España, una crujiente herida que también suena al cicatrizar. Don Juan Pablo moriría en Francia mientras que Luis Fernández Salcedo heredaría la vacada de Vicente Martínez, ya diezmada en medio de un campo arrasado por lo fragores de la guerra y los desmantelamientos. Era 1939.
"En los primeros días de septiembre volví a Colmenar. Nuestra casa por fuera estaba intacta. Entré. El portal, el comedor, las alcobas, todo estaba, poco más o menos, lo mismo a primera vista. Una especie de fuerza magnética poderosa me apartaba del despacho de mi padre, en el que yo tenía miedo de entrar. Al fin, por la puerta entreabierta, pude verlo en toda su desolación. Parecía un hospital robado. Solamente estaba en su sitio la cabeza de Gamito. Todo lo demás había sido aventado por el viento de la subversión y de la guerra".

Repítase de nuevo: todo el gabinete fue desmantelado, salvo la cabeza de un toro. Era la cabeza de Gamito, el primer toro bravo moderno de la historia.

"Hoy, al cabo de catorce años, dicha habitación me sigue inspirando una infinita amargura, y rehuyo de entrar en ella todo lo que puedo. Y, sin embargo, a pesar del tiempo trascurrido, yo me comprometería a situar cada cosa en su sitio: desde el icosaedro que servía de pisapapeles hasta la tablilla pintada por Julio Oñoro, que representaba a "Gallito" dando un pase por alto al "Barrabás". A la izquierda de la puerta, debajo del cuadro que figuraba al "Diano" corneando la puerta del corral del herradero, estaba una composición referente a la primera corrida de la cruza, y por debajo de ella, una fotografía magnífica de Vandel, representando al "Ventero" momentos antes de tomar la sexta vara. De espaldas, los matadores, muy bien colocados, se les conoce perfectamente; "Fortuna" se prepara para hacer el quite. Junto a la barrera, sin gabardina, naturalmente, se ven los cinco caballos muertos, muchos de ellos metidos debajo del estribo. En el margen superior del cartón, dice exactamente lo siguiente "Ventero", número 5. Lidiado en San Sebastián el 18 de agosto de 1918. Tomó seis varas; dio seis caídas y mató seis caballos. Lo mató Camará de varias estocadas, una de ellas, recibiendo" (...) "El autor, Juanito Vandel, como se le llamaba en la intimidad, se la regaló a mi padre, de quien era muy amigo y correligionario en el joselismo" [gallismo] (...) "Y llevado en su entusiasmo, con la misma pintura blanca con que firmaba "J Vandel.Foto", había puesto una cruz superabundante encima de cada caballo muerto, e incluso en el cuello del que todavía está en pie, relativamente orondo".
"Y aquí viene lo bueno. Como yo echase de menos tales signos, pregunté:
-¿No tenía este cuadro unas crucesitas?
-Sí...,pero...¡hubo que quitarlas!
Este detalle, al parecer cómico, es una de las tantas elocuentes muestras de la angustia de una época absurda."


Desde luego no deja de ser estremecedor. Arriba reposa la fotografía cuyas cruces debieron ser borradas en la espiral de odio en la Guerra. Su copia fue hurtada por uno de los bandos del conflicto. Denostando todos los símbolos, los comités de emboscadas desmantelaron la habitación que servía como despacho al poderoso señor de la zona. Todo desapareció. Todo fue expoliado del gabinete paterno. Todo, salvo la cabeza de Gamito, digna y en lo alto de la habitación vacía, como símbolo del inmutable significado de la tauromaquia, ajena a las controversias bélicas e ideológicas entre la izquierda y la derecha.
Hoy día el mismo pelmazo comité permanente de la moral y la violencia también nos obliga a eliminar las cruces que señalan ya no los caballos, sino los toros, corderos, cerdos, perros con ébola y pollos muertos. A esta peste que se extiende sin control pero con idéntica intolerancia,  solo le cabe una respuesta: la cabeza altiva, arrogante y fiera de un nuevo Ventero, un nuevo Gamito o Barrabás; el torismo como credo y el heroísmo del torero como camino. Es decir, la verdad.

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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".