lunes, 1 de febrero de 2016

José Tomás en La México


Comentábamos en alguna tertulia que la decepción del aficionado es el motor histórico de la Fiesta. Su carácter insatisfecho es al mismo tiempo el gas loco que se riega y lo empuja tarde a tarde, línea de la vida tras línea, a seguir alimentando su afición por la tauromaquia. El toreo es el único espectáculo que se da el lujo de traicionar unánimemente a decenas de miles de espectadores en una tarde. Y nada pasa.

Una decepción que ascendía por los escalones de la plaza se apoderó de los asistentes al doblar el quinto de la tarde. José Tomás no había completado faena alguna. Los enganchones, el interrumpido derrumbe de algunas embestidas, amontonadas sin concierto en una idea alejada de la lidia, pinchazos e intermitencias, fueron como borradores tachados en un cuadro no lógico, nada parecido a la encerrona de Nimes, la faena a Corchito o los productos de la moribunda Barcelona.

La plaza más grande del mundo registró un lleno evocador de las épocas martinistas, cuando Manolo era capaz de repletar la plaza hasta el reloj, él solo. Pero como en sus últimas comparecencias en La México, en la de Tomás se cumplió la ley ineluctable y eterna de la tauromaquia: el rito, la fuerza, el poder, el sentido, la profundidad y la razón de la fiesta es el toro. En su ausencia, no hay tauromaquia posible.







José Tomás y Joselito Adame from Al Toro México on Vimeo.

Hay que tener una honda impresión sobre el yerro del veedor, persona encargada con todos los galones de traer un encierro digno, que no fracasase mojado por su propia orina y la mansedumbre. En una plaza donde cualquiera corta orejas al mínimo esfuerzo de interpretación sobre la ebriedad de la parroquia, que un torero de la talla histórica de José Tomás no haya triunfado con rotundidad implica una cadena de errores que van desde la pésima elección de las ganaderías hasta la impúdica corrupción de la reventa.





Decenas de aviones volvieron a sus países de origen, arrastrando una decepción similar a cuando el tiro de mulillas se lleva a los mansos hacia el destazadero. Cualquiera, por artificio de la literatura, puede inventar una buena crónica sobre la tarde, pero la verdad es que Tomás se dejó trompicar como novillero en su primero, no terminó de sujetar a su segundo e incurrió en sus dos terceros, el oficial y el bis, en el juego de las figuras al venir a América: toro chico y manso, billete grande y ni una gota de vergüenza en la cara camino a las tablas, con la tranquilidad de tener la cifra consignada en el banco y la esperanza del aficionado aún más capitalizada. Tampoco puede obviarse que su primero fue un marmorillo al límite del trapío, que su segundo carecía de remate y abundaba en sosería, mientras que sus dos últimos revivieron el escenario dominical de horror habitual en La México, donde una especie deforme y bruta plagia al majestuoso toro de lidia su sitio.

Lo dice un tomasista.

Pero acaso, ¿se puede esperar que una tarde se salga del libreto habitual de La México?

Ahora lo esperamos en la Santamaría, donde prometió encerrarse cuando la plaza recobrara su libertad.

Foto Briones


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En el año 1988 Maníli abría la puerta grande de Las Ventas de Madrid en la corrida de Miura. También nacía yo. Amante de la tauromaquia, el cine, la literatura y el rock. Sigo con obstinada fe la certera evidencia de la frase de Lorca: "Creo que los Toros es la Fiesta más culta que hay en el mundo".